domingo, 21 de agosto de 2016

LITURGIA DE LA PALABRA DE DIOS,DOM 21 DE AGOSTO 2016


LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS (66,18-21):
Así dice el Señor: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mí gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén –dice el Señor–, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas» –dice el Señor–.
Palabra de Dios

SALMO SAL 116,1.2
R/. ID AL MUNDO ENTERO Y PROCLAMAD EL EVANGELIO

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

SEGUNDA LECTURA

LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS (12,5-7.11-13):

Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.» Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
Palabra de Dios

EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (13,22-30):

EN AQUEL TIEMPO, JESÚS, DE CAMINO HACIA JERUSALÉN, RECORRÍA CIUDADES Y ALDEAS ENSEÑANDO. UNO LE PREGUNTÓ: «SEÑOR, ¿SERÁN POCOS LOS QUE SE SALVEN?»
JESÚS LES DIJO: «ESFORZAOS EN ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA. OS DIGO QUE MUCHOS INTENTARÁN ENTRAR Y NO PODRÁN. CUANDO EL AMO DE LA CASA SE LEVANTE Y CIERRE LA PUERTA, OS QUEDARÉIS FUERA Y LLAMARÉIS A LA PUERTA, DICIENDO: “SEÑOR, ÁBRENOS”; Y ÉL OS REPLICARÁ: “NO SÉ QUIÉNES SOIS.” ENTONCES COMENZARÉIS A DECIR. “HEMOS COMIDO Y BEBIDO CONTIGO, Y TÚ HAS ENSEÑADO EN NUESTRAS PLAZAS.” PERO ÉL OS REPLICARÁ: “NO SÉ QUIÉNES SOIS. ALEJAOS DE MÍ, MALVADOS.” ENTONCES SERÁ EL LLANTO Y EL RECHINAR DE DIENTES, CUANDO VEÁIS A ABRAHÁN, LSAAC Y JACOB Y A TODOS LOS PROFETAS EN EL REINO DE DIOS, Y VOSOTROS OS VEÁIS ECHADOS FUERA. Y VENDRÁN DE ORIENTE Y OCCIDENTE, DEL NORTE Y DEL SUR, Y SE SENTARÁN A LA MESA EN EL REINO DE DIOS. MIRAD: HAY ÚLTIMOS QUE SERÁN PRIMEROS, Y PRIMEROS QUE SERÁN ÚLTIMOS.»
PALABRA DEL SEÑOR

REFLEXION

Hoy, el evangelio nos sitúa ante el tema de la salvación de las almas. Éste es el núcleo del mensaje de Cristo y la “ley suprema de la Iglesia” (así lo afirma, sin ir más lejos, el mismo Código de Derecho Canónico). La salvación del alma es una realidad en cuanto don de Dios, pero para quienes aún no hemos traspasado las lindes de la muerte es tan solo una posibilidad. ¡Salvarnos o condenarnos!, es decir, aceptar o rechazar la oferta del amor de Dios por toda la eternidad.
Decía san Agustín que «se hizo digno de pena eterna el hombre que aniquiló en sí el bien que pudo ser eterno». En esta vida sólo hay dos posibilidades: o con Dios, o la nada, porque sin Dios nada tiene sentido. Visto así, vida, muerte, alegría, dolor, amor, etc. son conceptos desprovistos de lógica cuando no participan del ser de Dios. El hombre, cuando peca, esquiva la mirada del Creador y la centra sobre sí mismo. Dios mira incesantemente con amor al pecador, y para no forzar su libertad, espera un gesto mínimo de voluntad de retorno.
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23). Cristo no responde a la interpelación. Quedó entonces la pregunta sin respuesta, y también hoy, pues «es un misterio inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, pues, la única posición oportuna del cristiano» (Juan Pablo II). La Iglesia no se pronuncia sobre quienes habitan el infierno, pero —basándose en las palabras de Jesucristo— sí que lo hace sobre su existencia y el hecho de que habrá condenados en el juicio final. Y todo aquel que niegue esto, sea clérigo o laico, incurre sin más preámbulos en herejía.
Somos libres para tornar la mirada del alma al Salvador, y somos también libres para obstinarnos en su rechazo. La muerte petrificará esa opción por toda la eternidad...

= Fuente: evangeli.net

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